lunes, 30 de marzo de 2009

Parque Nacional Laguna Blanca

Zapala fue lo más al norte que estuve con el coche. El motivo de llegar hasta aquí, aparte del de conducir por la mítica Ruta 40, era visitar el Parque Nacional de Laguna Blanca, así que puse rumbo hacia allí, con la intención de echar la mañana y manejar luego hacia el sur hasta que me cansara.

Los Andes quedaban un poco más alejados de lo habitual, y el paisaje era más desértico que nunca. Apenas si pasaban coches.




Un desierto atravesado por una única carretera y con una gran laguna al fondo.

Por lo visto es posible observar cigüeñas negras, pero yo no tuve tanta suerte y hube de contentarme con el paisaje.




A falta de seres humanos un pequeño rebaño se me cruzó en el camino.


Era ya media mañana, hora de marchar si no quería morir bajo el sol abrasador.




El camino de vuelta lo hice por pistas de ripio, pasando por Las Coloradas.


Ésta es una bandurria, un ave desconocida por mí.


El pueblo de Las Coloradas da una idea de lo aislado del lugar. A la entrada habían construido una pequeña capilla junto a la carretera.



De vuelta sobre el asfalto, y como aún quedaban muchas horas de luz decidí acercarme al Parque Nacional Lanín. La silueta del volcán volvía a recortarse limpia de nubes sobre el horizonte.



Y pude avistar mi primer cóndor. Eran varios en realidad los que volaban en círculo directamente sobre mi cabeza. Lástima que mi tele no sea gran cosa, aunque también volaban bastante altos. Su nombre deriva del quechua “kuntur” y fue un momento muy emocionante.

lunes, 23 de marzo de 2009

De San Martín de los Andes a Zapala

A la salida de San Martín de los Andes el paisaje cambia por completo, desparecen el agua y los lagos, y se hace mucho más desértico, dominado por arbustos que apenas levantan un palmo del suelo. La carretera sigue tan vacía como siempre.





Sólo se encuentran árboles cerca de los cursos de agua, como este río, llamado Collon Cura. Este puente me recuerda a los de Nueva Zelanda, con ese aire de provisionalidad que tanto nos choca a los europeos. Claro que por aquí hay mucho menos tráfico y no se justifica un puente más ancho.




Decido pasar caminando por el pretil para sacar algunas fotos del río, que como veis lleva bastante agua.


Y claro, apareció el único camión que tenía que pasar por allí en todo el día. Nos saludamos y nos reímos por lo extraño de la situación.


Si San Martín de los Andes era una ciudad pequeña, Junín lo es aún más. Algunas casas de una o dos plantas, cabañas en las que pernoctar y un par de gasolineras donde poder repostar y comprar algo de comida. Todo ello en mitad de un paisaje igual de desértico que el que acabamos de dejar atrás.

Por allí cerca está el Parque Nacional Lanín, uno de los más importantes de la zona, pero ya he decidido que lo veré a la vuelta, así que tomo la Ruta 40 hacia el norte, hacia Zapala.

Grandes mesetas dominan el horizonte. A través de los últimos millones de años la tierra de ha levantado en algunas zonas y se ha hundido en otras. La carretera se aferra a ellas y aparecen los primeros precipicios.




Voy tan concentrado en la conducción que casi se me olvida mirar hacia los Andes. La silueta del volcán Lanín, mucho más alto que el resto de montañas, se recorta en el horizonte bajo un gorro de nubes.




Las mesetas quedan atrás y vuelve la llanura con sus rectas interminables. Me crucé con ocho coches en cuarenta kilómetros. Y eso contando con que paraba de vez en cuando para hacer fotos.

Voy hacia allá…


… y vengo de aquí. ¿Alguien ve la diferencia entre ambas direcciones?


Aquí tenemos otra panorámica del Volcán Lanín, ya sin nubes.


Y un pequeño aperitivo de lo que mañana será Laguna Blanca.



Zapala no es la ciudad más bonita del mundo, y estuve dando vueltas por sus calles vacías de gente, desesperado por encontrar un lugar donde dormir. Después de tantos kilómetros parecía haber llegado al fin del mundo y temí tener que hacer algunos más. Pregunté a un taxista y me dijo que había un casino con hotel y restaurante un par de cuadras más adelante. Una vez más estaba salvado.

La máquina de magnetizar las llaves estaba estropeada y tuvimos que probar en varias habitaciones hasta poder entrar en una. Fue un momento de suspense que se resolvió a mi favor, pero ya me veía durmiendo en el coche.

Me sentía un poco fuera de lugar, allí sentado, con una cerveza y un libro entre máquinas tragaperras, ruletas y mesas de póker, esperando que llegase la hora de cenar, pero comí el mejor matambre del viaje y el personal fue muy amable.

lunes, 16 de marzo de 2009

Los Siete Lagos

Hoy toca conducir hacia el norte. Mi objetivo es llegar hasta Zapala en uno o dos días, dependiendo de lo que me entretenga por el camino. El Parque Nacional Laguna Blanca me espera, y la Ruta 40 también, pero decido hacer la ida por la parte montañosa y más difícil, donde hay tramos sin asfaltar y poder regresar más deprisa a Bariloche dentro de un par de días.


El Lago Espejo es ya un viejo conocido, pero como hoy no me espera ningún barco puedo detenerme junto a su orilla. No sólo hace honor a su nombre, también se cruza una familia en mi fotografía y quedan recortados sobre el fondo.


Los reflejos son increíbles a esta hora de la mañana. El color del agua de un azul intenso, la temperatura perfecta. Paz y tranquilidad.



La pista de tierra serpentea entre los montes, que no son muy altos y están plagados de arbustos y pequeños árboles. Una vez más estoy solo; por mucho tiempo que esté parado sacando fotos al borde de la carretera no pasa nadie.

Detrás de una de las muchas curvas descubro desde lo alto el Lago Villarino.


Este lago desagua en otro, el Falkner. Aquí hay gente acampada, pescando, navegando en pequeñas motoras o tomando el sol en la orilla, pero todo está en silencio y no hay basuras por ningún lado. Se ve que es gente educada y respetuosa.




Volvemos a ascender ligeramente, pasando por varios miradores sobre los lagos hasta llegar a la cascada Vulignanco. Después de Iguazú ninguna cascada me impresiona, pero aún así le tomo la foto de rigor.


Al Lago Hermoso se llega por un estrecho camino, atravesando un río que apenas tiene unos centímetros de profundidad. Son sólo dos kilómetros así que me arriesgo a pasar con el coche.



De vuelta a la carretera principal me espera el Lago Machónico, otra maravilla de la naturaleza, de aguas tranquilas, rodeado de vegetación.




Los notros, esos arbustos de flores rojas, destacan en primer plano.


Éste es un arroyo curioso, llamado el Arroyo Partido porque se divide en dos en este punto. Una parte desemboca en el Atlántico, mientras que la otra terminará en el Pacífico. También está indicado, y al borde mismo de la carretera.


Algunas curvas más y el Lago Lácar aparece ante nosotros. Es enorme, como se puede apreciar en estas tres fotos. La población que aparece en la última es San Martín de los Andes, una ciudad de calles dispuestas en forma de cuadrícula y que tiene mucho encanto.




En un principio tenía previsto dormir aquí, pero como he madrugado apenas si es hora de comer. No hay ningún barco en el puerto que me pueda llevar de paseo por el lago, así que pongo rumbo a Junín de los Andes.