lunes, 26 de octubre de 2009

De El Calafate a La Leona

El día anterior había entrado en una librería de El Chaltén, y hojeando un libro de fotografía me encontré con unas fotos de árboles petrificados. Pregunté dónde se habían hecho y resultó que eran de La Leona, un lugar por el que había pasado esa misma mañana.

Me dijeron que estaban en una hacienda privada y que sólo permitían visitas guiadas, así que para allá que me fui, a ver si lo conseguía. No fue barato, porque en Argentina hacen valer sus atractivos turísticos, pero mereció la pena.

Esta mañana he madrugado un poco más, porque voy con mi propio coche. Podrían llevarme, pero no quiero estar sujeto a sus horarios.



En La Leona hay un pequeño hotel donde paran los autobuses de turistas, pero nosotros seremos pocos. Una argentina de Córdoba que maneja omnibuses, un periodista ruso que vivió varios años en Madrid, hija adolescente, la guía, que fue la misma que me llevó al Perito Moreno y yo. Un grupo muy reducido como podéis ver.

Mientras llegan, me entretengo observando algunas réplicas de fotos que tienen en el hotel. Me aseguran que por allí estuvieron
Butch Cassidy y Sundance Kidd, los dos asaltadores norteamericanos de bancos y trenes inmortalidados en la película Dos hombres y un destino. Les acompañaba Ethel Place.




Sabía que había estado cerca de Esquel y que habían muerto en Bolivia, al menos oficialmente, porque hay otras versiones que difieren, pero fue una sorpresa descubrir que habían llegado tan al sur.

A la hora prevista nos internamos en la hacienda. El paisaje es muy peculiar, completamente diferente del resto de la Patagonia, al menos de la Patagnia que pude ver yo.







Esta zona de “badlands“ me pilla por sorpresa. El agua y el viento han modelado la arcilla, dando lugar a formas extrañas.




miércoles, 21 de octubre de 2009

Patagonia II

Los guanacos están por todas partes, pero como no lo sabía, me tiré detrás de los primeros que vi, subiendo como loco una colina, cámara en mano. Cuando llegué arriba no había ni rastro de ellos. Pensé: es imposible que se hayan volatilizado en esta vasta llanura. Miré a mi izquierda y allí estaban, todos reunidos, observándome como si fuera un bicho raro.

Se me cruzaron varias veces delante del coche, así que será mejor que vayáis con cuidado.



Una muestra de la flora del lugar. Apenas llueve y los vientos son muy fuertes, de modo que las plantas son muy pequeñas y apenas tienen hojas. Cuando fui a recoger el coche había unos chavales devolviendo el suyo; ¡una ráfaga de viento les había arrancado la puerta!.




El cielo me sigue fascinando con la forma de sus nubes.


Y la carretera, prácticamente nueva, no deja de ofrecerme bonitos paisajes.




Los Andes no son muy altos, pero sí son bellos.


Unos kilómetros más adelante se me cruza un armadillo justo delante del coche. Paro inmediatamente en el arcén y echo mano a la cámara. Se establece una competición de velocidad, el armadillo intentando escapar y yo darle alcance. No sabía que corrieran tanto, pero me hizo un quiebro y se enterró bajo unas matas, así que esta es la mejor foto que pude sacarle. Tampoco era cuestión de tirarle de la cola, ¿no os parece?


Sigo tragando kilómetros por esta zona desierta de la Patagonia. Apenas me cruzo con algún coche aislado y los rastros de presencia humana son escasos. Junto a este río había unos camiones y excavadoras, más propios de Mad Max o de cualquier otro film del estilo.





Tampoco podía faltar la carretera de ripio del día. Ya la echaba de menos. Hice bien en tomar un avión desde Bariloche hasta El Calafate, porque son muchos los kilómetros de la Ruta 40 que están sin asfaltar, y se tardan días enteros en recorrerlos.

viernes, 16 de octubre de 2009

Patagonia I

Hoy sigo explorando esta zona del sur de Argentina. Puede que no sea tan espectacular como el Parque Nacional de los Glaciares, pero sin duda merece la pena.



Esas carreteras interminables me hechizan. De aquí vengo, hacia allí voy. ¿Alguien puede ver la diferencia?



El paisaje es desértico. No hay agua suficiente para que crezcan árboles, y el fuerte viento, casi huracanado, tampoco ayuda.





El río Santa Cruz, uno de los escasos cursos de agua que atravieso. Esos cielos cubiertos de nubes me matan.




¡Cuidado! Una curva.


Se les acabó la pintura… Hace siglos que no me cruzo con nadie. Nunca estuve más solo en mi vida, ni siquiera en los bosques de Nueva Zelanda.




Algunas señales me hacen gracia. Aquí en Europa todas las obras están en construcción, así que resulta un poco redundante. En otra ocasión encontré otra que ponía zanja abierta. Como si puedieran estar cerradas. Hablamos el mismo idioma, pero con algunas diferencias curiosas.

viernes, 9 de octubre de 2009

De El Calafate a El Chaltén

Cambiamos el hielo, al que ya hemos dedicado bastantes entradas, por los paisajes de la Patagonia, pero las nubes siguen acompañándome. Debe ser que me han cogido cariño.

Una carretera sin pintar, pero que al menos está bien asfaltada, me lleva hacia el norte. Forma parte de esa mítica Ruta 40 que da nombre a este blog y que estamos recorriendo a saltos.


El paisaje puede parecer anodino, pero os aseguro que ver un horizonte tan extenso y lejano te hace sentir muy pequeño. Bienvenidos a la inmensidad.





Las nubes son espectaculares.


La carretera gira para esquivar los Andes que se elevan al fondo y el Lago Argentino a la izquierda. Busco una foto que fue portada de una conocida revista, pero no la encuentro.


Sólo las vallas de las inmensas estancias ponen coto a nuestra vista.


Giramos hacia el oeste, acercándonos a las montañas. No en vano, El Chaltén es el paraíso de los escaladores.



Me pierdo la visión del monte Fitz Roy, oculto tras las nubes. Una verdadera lástima, pero hace tiempo que aprendí a convivir con estos sinsabores. No vale la pena lamentarse. Robert Fitz Roy fue el capitán del Beagle, el famoso barco en el que viajó Charles Darwin.

Hay un camino que lleva a un pequeño lago, pero me advierten que no es adecuado para turismos, así que me conformo con una pizza y busco algún plan alternativo. Continúo hacia el norte, explorando esta parte de la Patagonia que tantos turistas dejan de lado, hasta llegar a Tres Lagos.



Hace tiempo que la pista es de ripio y la tarde avanza inexorable; es momento de regresar a por un solomillo y un buen vino argentino.