Supongo que lo que queréis es ver fotos; yo también, pero se supone que éste es un relato cronológico y las tres o cuatro que tiré el primer día no han superado el control de calidad y me las reservo.
Lo peor del viaje fue la ida y la vuelta. Es decir, la parte española, para nuestra vergüenza. Es tres de diciembre y mi vuelo tiene hora de salida prevista a las 02:30, lo cual es perfecto, porque después de un duro día de trabajo podré dormir sin problemas.
En Buenos Aires tendré que cruzar la ciudad y cambiar de aeropuerto para tomar un avión a Iguazú. Tengo cinco horas, tiempo más que suficiente, y si todo sale bien llegaré a Puerto Iguazú esa misma tarde, aprovechando la ventaja horaria. Es duro, pero como es el primer día de las vacaciones no me importa.
El personal del aeropuerto de Madrid, tiene sus días. Algunos – los menos –son amables; otros, la mayoría, son unos toca-huevos de cuidado. Esa noche, la guardia civil del control de (in)seguridad estaba aburrida y me hizo pasar la mochila tres veces por el escáner. Es el precio que hay que pagar por llevar dos cámaras de fotos y un portátil, pero sobre todo por encontrarte con una descerebrada inútil, porque le advertí lo que había antes de pasar la primera vez.
Mi vuelo sale dos horas tarde, sin que por supuesto nos den una explicación ni nos digan a qué hora vamos a llegar. Es Iberia, ¿recuerdan? Los más chulos del lugar. Mis cinco horas de tránsito se han reducido considerablemente y empiezo a temer por mi conexión.
En Buenos Aires todo empieza a arreglarse. La maleta sale rápido y enseguida me tranquilizan. Tengo tiempo de sobra, me dicen, porque a esa hora apenas hay tráfico y el otro aeropuerto es relativamente pequeño y ágil. El vuelo a Iguazú transcurre sin problemas, con LAN Chile (la mejor compañía aérea del viaje) y no hay más incidentes.
Puerto Iguazú no me parece un lugar bonito en sí, pero el hotel, que es tipo resort, está bien aunque era de los más baratos, y encontré un restaurante en el que se comía muy bien a un precio razonable. Los camareros eran simpáticos y se respiraba ese ambiente en el que todos se conocen entre sí. Entré a tomarme una cerveza llamada Patagonia (está buenísima) y terminé quedándome a cenar. La ciudad también está muy bien situada, a un paso de las cataratas.
Mañana me recogen para visitar el Parque en su lado brasileño.
Lo peor del viaje fue la ida y la vuelta. Es decir, la parte española, para nuestra vergüenza. Es tres de diciembre y mi vuelo tiene hora de salida prevista a las 02:30, lo cual es perfecto, porque después de un duro día de trabajo podré dormir sin problemas.
En Buenos Aires tendré que cruzar la ciudad y cambiar de aeropuerto para tomar un avión a Iguazú. Tengo cinco horas, tiempo más que suficiente, y si todo sale bien llegaré a Puerto Iguazú esa misma tarde, aprovechando la ventaja horaria. Es duro, pero como es el primer día de las vacaciones no me importa.
El personal del aeropuerto de Madrid, tiene sus días. Algunos – los menos –son amables; otros, la mayoría, son unos toca-huevos de cuidado. Esa noche, la guardia civil del control de (in)seguridad estaba aburrida y me hizo pasar la mochila tres veces por el escáner. Es el precio que hay que pagar por llevar dos cámaras de fotos y un portátil, pero sobre todo por encontrarte con una descerebrada inútil, porque le advertí lo que había antes de pasar la primera vez.
Mi vuelo sale dos horas tarde, sin que por supuesto nos den una explicación ni nos digan a qué hora vamos a llegar. Es Iberia, ¿recuerdan? Los más chulos del lugar. Mis cinco horas de tránsito se han reducido considerablemente y empiezo a temer por mi conexión.
En Buenos Aires todo empieza a arreglarse. La maleta sale rápido y enseguida me tranquilizan. Tengo tiempo de sobra, me dicen, porque a esa hora apenas hay tráfico y el otro aeropuerto es relativamente pequeño y ágil. El vuelo a Iguazú transcurre sin problemas, con LAN Chile (la mejor compañía aérea del viaje) y no hay más incidentes.
Puerto Iguazú no me parece un lugar bonito en sí, pero el hotel, que es tipo resort, está bien aunque era de los más baratos, y encontré un restaurante en el que se comía muy bien a un precio razonable. Los camareros eran simpáticos y se respiraba ese ambiente en el que todos se conocen entre sí. Entré a tomarme una cerveza llamada Patagonia (está buenísima) y terminé quedándome a cenar. La ciudad también está muy bien situada, a un paso de las cataratas.
Mañana me recogen para visitar el Parque en su lado brasileño.