Si pensáis que ya hubo bastante agua en las entradas anteriores no tenéis ni idea de la que os espera. Llegué ayer a Bariloche y no me fue difícil encontrar una empresa que ofreciera excursiones por el lago. Después de tantos kilómetros de ripio me apetece una excursión en barco, y hoy toca una cascada, la de los Cántaros y el Parque Nacional de los Arrayanes. Para no cansaros he dividido el día en varias entradas. Salimos desde Puerto Pañuelo, dejando atrás el Hotel Llao-Llao.
El lago se abre ante nosotros. Es inmenso y no se distingue su final, escondido tras varios recodos. Las montañas se elevan junto a él y el cielo está despejado. El agua es de un color azul imposible.
Corre una suave brisa que nos refresaca a los que estamos en cubierta. Es un día ideal para tomar el sol y beberse el fantástico paisaje que nos rodea. A veces parece que es siempre el mismo, pero la luz cambia.
Las fotos van cayendo poco a poco, como quien no quiere la cosa. Después de tantos días de soledad, me apetece un poco de compañía, pero tampoco hay que pasarse, ¿eh?
La vegetación cambia, el color del agua tambien.
Las gaviotas, acostumbradas a las galletas de los turistas, siguen de cerca la esta del barco y pronto nos dan alcance. No apruebo eso de dar comida a los animales salvajes; no es bueno para ellos, y me mantengo al margen por muchas ganas que tenga de imitarles, pero reconozco que es una buena ocasión para tirar más fotos.