Cambiamos el hielo, al que ya hemos dedicado bastantes entradas, por los paisajes de la Patagonia, pero las nubes siguen acompañándome. Debe ser que me han cogido cariño.
Una carretera sin pintar, pero que al menos está bien asfaltada, me lleva hacia el norte. Forma parte de esa mítica Ruta 40 que da nombre a este blog y que estamos recorriendo a saltos.
Una carretera sin pintar, pero que al menos está bien asfaltada, me lleva hacia el norte. Forma parte de esa mítica Ruta 40 que da nombre a este blog y que estamos recorriendo a saltos.
El paisaje puede parecer anodino, pero os aseguro que ver un horizonte tan extenso y lejano te hace sentir muy pequeño. Bienvenidos a la inmensidad.
Las nubes son espectaculares.
La carretera gira para esquivar los Andes que se elevan al fondo y el Lago Argentino a la izquierda. Busco una foto que fue portada de una conocida revista, pero no la encuentro.
Sólo las vallas de las inmensas estancias ponen coto a nuestra vista.
Giramos hacia el oeste, acercándonos a las montañas. No en vano, El Chaltén es el paraíso de los escaladores.
Me pierdo la visión del monte Fitz Roy, oculto tras las nubes. Una verdadera lástima, pero hace tiempo que aprendí a convivir con estos sinsabores. No vale la pena lamentarse. Robert Fitz Roy fue el capitán del Beagle, el famoso barco en el que viajó Charles Darwin.
Hay un camino que lleva a un pequeño lago, pero me advierten que no es adecuado para turismos, así que me conformo con una pizza y busco algún plan alternativo. Continúo hacia el norte, explorando esta parte de la Patagonia que tantos turistas dejan de lado, hasta llegar a Tres Lagos.
Hay un camino que lleva a un pequeño lago, pero me advierten que no es adecuado para turismos, así que me conformo con una pizza y busco algún plan alternativo. Continúo hacia el norte, explorando esta parte de la Patagonia que tantos turistas dejan de lado, hasta llegar a Tres Lagos.