Los guanacos están por todas partes, pero como no lo sabía, me tiré detrás de los primeros que vi, subiendo como loco una colina, cámara en mano. Cuando llegué arriba no había ni rastro de ellos. Pensé: es imposible que se hayan volatilizado en esta vasta llanura. Miré a mi izquierda y allí estaban, todos reunidos, observándome como si fuera un bicho raro.
Se me cruzaron varias veces delante del coche, así que será mejor que vayáis con cuidado.
Se me cruzaron varias veces delante del coche, así que será mejor que vayáis con cuidado.
Una muestra de la flora del lugar. Apenas llueve y los vientos son muy fuertes, de modo que las plantas son muy pequeñas y apenas tienen hojas. Cuando fui a recoger el coche había unos chavales devolviendo el suyo; ¡una ráfaga de viento les había arrancado la puerta!.
El cielo me sigue fascinando con la forma de sus nubes.
Y la carretera, prácticamente nueva, no deja de ofrecerme bonitos paisajes.
Los Andes no son muy altos, pero sí son bellos.
Unos kilómetros más adelante se me cruza un armadillo justo delante del coche. Paro inmediatamente en el arcén y echo mano a la cámara. Se establece una competición de velocidad, el armadillo intentando escapar y yo darle alcance. No sabía que corrieran tanto, pero me hizo un quiebro y se enterró bajo unas matas, así que esta es la mejor foto que pude sacarle. Tampoco era cuestión de tirarle de la cola, ¿no os parece?